Una nicoleña viviendo en el Aconcagua: la experiencia de Malén Greco en la montaña más alta de América

Malén Greco, una joven nicoleña de 27 años, cambió su vida para seguir su pasión por la montaña. Actualmente trabaja en el campamento base Plaza de Mulas, en el Aconcagua, donde convive en condiciones extremas y asiste a expedicionarios de todo el mundo. En esta entrevista, comparte cómo es la vida en altura, los desafíos diarios y la experiencia única de vivir en la montaña más alta de América.

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Malén Greco, de 27 años y oriunda de San Nicolás, decidió cambiar su rumbo profesional para seguir su pasión por la montaña. Se recibió de kinesiológa en 2022, pero hoy trabaja en el campamento base Plaza de Mulas, en el Aconcagua. Desde el 7 de noviembre vive en la montaña y permanecerá allí hasta marzo.

«Lo que me llevó a estar acá es básicamente el amor por la montaña», cuenta Malén. Su camino comenzó con temporadas en Bariloche, donde conoció a personas que trabajaban en el Aconcagua. «Me contaron su experiencia y tenía muchas ganas de vivirla», explica.

En Plaza de Mulas, a 4.300 metros de altura, los días comienzan temprano. Cada miembro del equipo tiene su carpa y conviven durante meses en condiciones extremas. «A la mañana sale el sol cerca de las 9:30. Hasta esa hora está muy fresco, pero después el día se pone lindo», describe. En verano, en los campamentos base, la temperatura puede alcanzar entre 15° y 20° en jornadas soleadas.

La vida en el campamento base

El campamento Plaza de Mulas es el primero de los puntos clave en la travesía hacia la cumbre. El equipo trabaja de lunes a lunes, brindando servicios a los expedicionarios. Plaza de Mulas se encuentra a 4.300 metros sobre el nivel del mar. Es el primer campamento base al que llegan los montañistas tras pasar por Confluencia, situado a 3.300 metros.

«Desde la entrada del parque en Horcones, el primer campamento es Confluencia, a 3.300 metros. Muchos turistas pasan una o dos noches allí antes de seguir subiendo», explica.

En Plaza de Mulas, los montañistas aclimatan antes de avanzar. Descansan un día y, al siguiente, suben al Cerro Bonete para luego regresar, como parte del proceso de adaptación. “Otros van al campamento Canadá, también a 5.000 metros”, detalla Malén.

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Plaza de Mulas desde arriba

Al día siguiente, vuelven a descansar en el campamento base y comienzan a prepararse para, en el séptimo día de la expedición, portear (llevar peso, comida y equipo) hacia el primer campamento de altura, en Canadá, a 5.050 metros, para luego regresar nuevamente a Plaza de Mulas.

Después, los andinistas se trasladan a Plaza Canadá o al siguiente campamento, Nido de Cóndores, ubicado a 5.560 metros, donde vuelven a iniciar el proceso de aclimatación.

En el día 11 de la expedición, ascienden al último campamento de altura, llamado Cólera, a casi 6.000 metros. Finalmente, en la madrugada del día 12, emprenden el ascenso a la cumbre y, tras completar el desafío, descienden para pasar la noche en Cólera o Nido de Cóndores.

Los campamentos base son como pequeñas ciudades. «Hay unas diez empresas, cada una con su propio espacio», cuenta Malén. Los insumos llegan en mulas o helicóptero. «Las mulas suben hasta acá con cargas de hasta 60 kilos».

Además, explica la existencia de los porters, quienes se encargan de transportar el equipaje de los excursionistas si así lo requieren. «Las mulas llegan solamente hasta acá. Y después de acá para arriba es gente que carga kilos y kilos de las personas y lo llevan para arriba para hacerles más fácil la excursión». Asegura que es un trabajo arduo, pero que aligera mucho el camino para el turista. «Muchas veces es lo que le permite a mucha gente hacer cumbre porque ir caminando con 30 kg en la espalda a esta altura, que no podés ni respirar, es difícil. Entonces te simplifican bastante y muchas veces se hace cumbre gracias a ellos».

Desafíos y logística en la altura

La convivencia en el campamento base es intensa. «Somos 20 personas trabajando juntas», dice Malén. El equipo se divide entre cocineros, encargados de los baños secos, servicio de atención a huéspedes y porters. «La jefa de campamento organiza todo», agrega.

El acceso al agua y alimentos es un desafío. Explica que las mulas y los helicópteros traen provisiones.

Además, en la montaña tienen baños secos y los residuos se bajan a la ciudad para no dejar huella. «Se embalan y se bajan en la ciudad, no queda nada de residuos acá arriba», asegura.

El trabajo en la montaña es duro. «Nos levantamos más o menos a las 6 de la mañana para empezar a servir los desayunos y estamos en servicio hasta las 9 de la noche, cuando terminan las cenas», cuenta. Además, la falta de oxígeno dificulta todo. Asegura que le costó más de un mes acostumbrarse a la altura. «Al principio yo me levantaba de la carpa al staff y llegaba agitada, incluso caminando despacio», confiesa.

Sin embargo, también hay tiempo para disfrutar del paisaje y la montaña. «Podemos recorrer acá alrededor del campamento base, podemos subir al cerro Bonete, que empieza acá desde muy cerquita. Por lo general, te debe llevar alrededor de mediodía subirlo y bajarlo».

Para los días de mayor movimiento, también tienen sectores cercanos para descansar en su tiempo libre. «Tenemos una lagunita acá cerca, y los días de calor vamos a tomar unos mates», comenta.

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Cerro Bonete

La experiencia de los turistas

La mayoría de quienes buscan hacer cumbre no lo logran. «De cada diez, llegan cuatro», revela Malén. La falta de oxígeno es un obstáculo importante. «Acá perdés saturación de oxígeno, por eso los turistas también se cansan, a veces ni quieren comer. Cuanto más subís, más te cuesta. La clave de todo siempre es tomar mucha agua», explica.

El Aconcagua es la montaña más alta fuera de las que componen el sistema de los Himalayas-Karakórum. «Viene gente de todo el mundo, muchos buscan completar los Seven Summits», comenta Malén.

La nicoleña destaca la diversidad de personas que visitan el Aconcagua. Han recibido grupos de Rusia, Lituania, Grecia, Polonia, Chile y muchos otros países. «Ha venido gente literalmente de todo el mundo», asegura.

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El ascenso no es solo un reto físico, sino también un riesgo. Se pagan permisos para ingresar al parque y «con ese permiso que pagás, después en cada campamento, en Confluencia, en este, en el Nido y en los de altura, tenés chequeos médicos, donde te miden la saturación de oxígeno y la presión arterial para ver cómo venís, para saber si estás apto para seguir caminando o no».

Por ahora, Malén sigue viviendo su sueño en lo más alto de América y tiene como objetivo hacer cima, aunque asegura que «es bastante complicado y difícil».